Desde la terraza de la casa, cantaban empezando la mañana, la cual, comenzaba cuando les quitaban el paño, llegaba el agua y el alpiste, que felicidad, cantaban su alegría y verdaderamente disfrutaban su mundo, empezaba su día y luego terminaba, con una tela, una tela, marcaba su amanecer e iniciaba la noche. No podían entender esos, otros cantos, al parecer también eran felices, los veían acercarse, con tanto cuidado, con suspicacia, para comer del alpiste, que, en ocasiones, regaban, pero no los podían entender, los veían alejarse y acercarse, desparecían por ratos, pero a lo lejos, escuchaban sus cantos, parecían imágenes, que no podían visualizar, que no podían descifrar, al parecer, era otro mundo, un día que comenzaba con un crecimiento de luz, que iba ampliándose, que le daba color y calor a todo, al parecer eran varios, se sacudían para despertar, se estiraban. Compartían algunas costumbres? Describían como pasaban con rapidez, entre ramas y hojas, la sensación indescriptible de flotar y desplazarse en el aire, el vuelo. Lo habían hecho alguna vez? pensó uno, no lo sabía, aunque, presentía que si, que sí, que ellos también eran capaces, pero solo él, al parecer, cada nota le iba dibujando, el agua que corría, que caía a veces, había que flotar y flotar, en el aire, para encontrarla, pero eso era lo que, los otros, disfrutaban, y lo que cantaban, comer entre vuelo y vuelo, entre canto y canto. Él canto esa nostalgia, ese anhelo, pero los que lo acompañaban, no lo entendieron. llegaron a enseñarle sus picos y alas abiertas, defendían lo poco que conocían a muerte y no permitirían que ningún, otro canto, destruya su perfecto mundo, se los daban todo. Que más podrían querer? Para que más?
Pero el siguió anhelando y cada melodía que le llegaba de los otros, le aclaraba y le hacía creer, en ese todo amplio, hermoso, donde sus alas tienen sentido, tienen propósito, algo crecía en él, una onda que le impactaba y le hacía sentir que todo lo podía, pero primero debía superar, dejar atrás esas barras metálicas, brillantes, que ya lo asfixiaban, aunque el aire corriera a través de ellas, ¡eso es! hay que brincar, hay que salir como el aire acumulado, cuando llegue nuevamente el alpiste y el agua, con su sabor, a encierro, ahora quería el sabor a aire, a viento, a sol, a lluvia, a la compañía y el canto de los otros, canto que ya quería cantar. Sabía que a los que dejaría, no lo comprenderían, pero si lo hacía, su propio canto, sería la frecuencia adecuada, la que podría liberarlos.
Se fue el trapo, la tela, sabía que luego, se levantarían muchas de esas barras, y así fue, brincó tan rápido como pudo, pasó muy cerca de un monstruo de cinco cabezas, el monstruo que a diario les daba comida y agua. Apenas lo vio, un poco mas atrás, abrió sus alas y fue excitante, como fluía y con solo batirlas, por que ya sabía hacerlo, se impulsó y sintió que su pecho explotaba, pero de dicha, era enfrentarse a todo, y ahí en el aire, a toda velocidad, hacía arriba, cantó, como los otros, su canto era igual, era como comprender su idioma, se unió a ellos, vio con tristeza, lo que hasta hace poco había sido su mundo: una hermosa jaula. Y allí mas tristeza sintió por quienes dejaba, cantando maravillas de su mundo, eran alegres, eran felices, con alas de adorno, y un canto melodioso, pero en el fondo sin brillo, el monstruo de cinco cabezas, día a día, los seguirá alimentando; pero ahora, él si sabe cantar Libertad.
José Luis Araque G.
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